La adversidad climatológica persistente con un víspera de fiesta y una mañana prolongada de lluvia no puso freno a una asociación Queiroga persistente, que parece tenerle bien tomada la medida a la macrofabada e incluso a la lluvia, y tras la tempestad llegó la calma para el festín gastronómico.
La infantería de colaboradores y directivos, unas treinta personas, cumplió con el guión y disciplina espartana. A las 2.30 de la mañana comenzaban las labores de cocinado, un preparado lento, favoreciendo que a las 9 estaban los 20 grandes recipientes o potas en los que prepararon los 400 kilos de alubias extraídas de las vainas de un cosechero de Lestón.
Los primeros comensales fueron los jóvenes y menos jóvenes que regresaban de jarana, además de los feirantes, y por supuesto las cocineras para probar el grado de sal, sabor y cocción. Tras una madrugada de lluvia intensa, a las 10 volvieron a caer más trombas de, pero desde las 11 se concedió la esperada tregua.
En una carpa de más de 300 metros de superficie se distribuían 24 mesas, con media docena de sillas facilitaban asiento a 144 comensales, que se iban rotando tras acabar la consumición para dar paso y albergara a otros. La extensa barra también constituía otro frente de consumo, con el mismo sistema de rotación.
Los comensales valoraban la exquisitez del producto final, cocinado con esa receta natural del lentitud, que deparaba un artículo de excelencia, especial textura, calor, color, sabor y hasta cariño que colmaba a este artículo, considerado uno de los platos de cuchara del primer nivel en las estaciones de otoño e invierno.
De los 20 recipientes, se consumieron 19 y medio, por lo que de no ser por el mal tiempo, se hubiesen agotado todas las existencias. Un ejército de medio centenar de personas colaboró en las tareas de preparado y reparto de las raciones. También hubo música de la mano de los gaiteros de la asociación organizadora, Queiroga.