Pones la Primera y en vez de campanadas te dan la turra. Pones Antena 3 y en vez de las campanadas te dan la turra. Una noche de jolgorio, fiesta y alegría convertida en el sermón de la montaña de uvas. En la Primera salen una presentadora de cuerpo no normativo y cómica (los gorditos siempre solemos ser los bufones de la clase, de alguna forma hay que destacar) y un presentador al que ha fichado Pedro el bello para quitarle la audiencia al valenciano pelirrojo. Como cuando el Madrid le quitaba a Figo o a Schuster al Barça y le salía bien. En Antena 3, la Pedroche con unos velos delicados a lo siglo XVIII y un vestido horrendo de leche materna (puaj) para reivindicar cualquier trapallada reivindicable. Mientras, la añorada y elegante Anne Igartiburu estaba en la fiesta de Los Javis (no sé quiénes son pero toda la pinta de wokes forrados, lo juro) dando las uvas con su saber hacer tan televisivo y tan rojo sangre. Para el currito el sermón de la montaña, para los ricos woke que tienen dinero para más de tres vidas, lo tradicional y divertido. Lo facha, vamos.
Ahora todo viene con turra. Si lees una novela o ves una serie, la turra. Reivindicar, reivindicar. Convertirlo todo en un verdadero potingue intragable. Si ves el concierto de Año Nuevo eres un fascista imperialista elitista y racista. Ni más ni menos. Que no quede un “ista” por nombrar. Escuchar a Riccardo Muti dirigir de forma primorosa la Filarmónica de Viena se ha convertido en una especie de detector de nazis: si te sacudes la resaca de la noche anterior con música clásica eres un villano de película. Los villanos de película siempre escuchan ópera o tocan a Bach, como Hannibal. Así pues, en la wokecabezas, si pones a toda marcha la Marcha Radetzky eres peor que Amon Goeth. Así sea, amigo lector. Por mi parte pienso seguir poniendo el Concierto de Año Nuevo mientras me desperezo, me tomo un té (otra bebida colonialista, sin duda) y un trozo de roscón a falta de chocolate con churros, ya que en mi zona no hay churrerías, algo intulerapla. Ni buses, todo sea dicho. Ni chocolatería ni churrería ni buses, ahí falta civilización.
A todo esto, feliz Año Nuevo. Pronto empezarán los propósitos como los de ir al gimnasio, dejar de fumar, dejar las harinas, dejar el azúcar y vivir como un deportista de élite mientras el estómago ruge al ver la lechuguita y el brócoli, pero mientras, aún quedan los Reyes. A partir del día 6, dieta. Que luego llegan los cocidos, que nos pillen bien Ozempicados…