engo de escuchar a Amparo Alonso, no es la primera vez, pero nunca defrauda. Quién no la conozca que investigue. Una crack en inteligencia artificial y magnífica comunicadora. Se lo comento a Carlos. Él acaba de llegar del cine, “La habitación de al lado”, la última de Almodóvar. Dos universos distintos, inteligencia artificial, inteligencia humana. O quizás no tanto. En el fondo, hablamos de dos universos de un mismo mundo. La una sin la otra no existiría.
La tecnología envuelve nuestras vidas. Alexa me dice que es hora de levantarme y el tiempo que hará durante el día, me ducho mientras suenan en mi móvil las noticias –estos días, entre Dana y resultados electorales en Estados Unidos–, en la oficina, una dosis importante de móviles, ordenador y herramientas varias de inteligencia artificial para avanzar en algunos proyectos. El mundo entero a golpe de clic.
Nos movemos entre algoritmos, análisis de datos y búsquedas transderivacionales. Pero en esta carrera hacia la automatización, ¿qué lugar ocupa la inteligencia humana, la que se alimenta de experiencias, emociones, arte, filosofía y, sobre todo, de la incertidumbre?
Ante ese panorama, ¿por qué son importantes la filosofía, la literatura o historia? Para mí está claro. Las humanidades nos definen como humanos. Nos conectan con una visión más profunda de la vida. La filosofía nos enseña a cuestionar y a no aceptar respuestas simples; la literatura nos invita a habitar mentes ajenas y a experimentar vidas distintas; la historia, nos recuerda de dónde venimos y, con ello, la importancia de nuestros errores y aciertos colectivos. Y como decía Alonso, saber preguntar a la IA desde una comunicación clara, rica es lo que marcará la diferencia de lo que encontremos en el camino.
Hay cuestiones que la IA no puede replicar... ¿Puede un algoritmo comprender el verdadero sentido de la compasión o la empatía? ¿Definir si hay que vivir o morir? Los modelos de IA se nutren de datos cuantificables, pero el alma humana se nutre de algo que va más allá de las cifras y los patrones. Hay poesía en el dolor, en la alegría, en el caos de nuestras contradicciones, que ningún modelo predictivo puede comprender del todo.
Lo vemos estos días en Valencia y las zonas afectadas, no hay mensaje más claro que el que están construyendo LAS PERSONAS. Sí, con mayúscula. Ni ejército, ni policías, ni bomberos, LAS PERSONAS: vecinos, familiares, desconocidos… No somos cifras en una base de datos, ni los números transmiten los que provoca una mirada, una sonrisa, una caricia.
No se trata de demonizar la inteligencia artificial, al contrario, quedarnos con lo eficaz. La tecnología ha demostrado ser una herramienta valiosa, con aplicaciones que salvan vidas y facilitan nuestro día a día. Pero bienvenido sea pensar, dudar, decidir, emocionarse. Al final del día, un día como hoy, un momento como este en el que escribo, no quiero que mi vida sea una sucesión de cálculos y probabilidades, quiero que me traiga el sabor de las conversaciones que mantuve, el olor de los abrazos que no pude dar por la distancia, el tacto de las palabras escritas a mano, perdidas en una libreta.
Como dice Satya Nadella, consejero delegado de Microsoft: “Los humanos agregarán valor donde las máquinas no pueden. A medida que avance más y más la Inteligencia Artificial, la inteligencia real, la empatía real y el sentido común real serán escasos. Los nuevos trabajos se basarán en saber cómo trabajar con máquinas, pero también en cómo impulsar estos atributos humanos únicos”.