¿Es normal que existan pensiones de 3.000 euros cuando el salario más frecuente en España apenas supera los 1.200? Pues, naturalmente. La frase, además de ser imprecisa estadísticamente, muestra una falacia de manual al usar la palabra “normal” para calificar las pensiones brutas máximas y compararla con los salarios “más frecuentes” netos. Pero si yo no llego a final de mes no me voy a poner a analizar los matices. Simplemente me cabreo.
¿Cree usted que el gobierno debe intervenir en el mercado de la vivienda? Si atendemos a los sondeos, sin duda. Aunque para unos esa intervención debería ser limitar la libertad de los propietarios a la hora de fijar sus precios, para otros tendría que centrarse en incrementar la vivienda pública y para otros en facilitar y multiplicar la promoción privada. Pero planteando la pregunta de este modo, logramos que casi todo el mundo parezca “intervencionista”.
¿No es anacrónico que los funcionarios públicos tengan una mutua que ofrece asistencia sanitaria privada en lugar de la Seguridad Social de todo el mundo? Nadie puede resistirse a esa especie de “pregunta-razonamiento”. Muface suena a privilegio de funcionarios, que además ya tienen el “privilegio” de la plaza fija. Como los privilegios de empleados que tienen descuentos en el producto que venden sus empleadores, los bonus, el economato o el precio de la cafetería del Congreso. ¿Le parece justo sus señorías que puedan comer dos platos, bebida y postre por 6,45 euros? Claro que no es “justo”. Eso sí, suele tener una explicación. Larga y aburrida.
Los tres temas, como tantos otros, se están planteando estos días en distintos medios de comunicación para generar debate. Incluso bronca. Nada nuevo, por otro lado. Enfrentar a una mayoría con una minoría en cuestiones desiguales consigue que la mayoría suene a sentido común, la minoría se sienta agredida y todos acaben vociferando. Los ciudadanos contra los políticos. Las redes sociales contra los periodistas (o entre nosotros mismos). Los inquilinos contra los arrendadores. Los trabajadores contra los pensionistas.
Ahora denle una vuelta. Quizá las pensiones no son tan altas, sino que los sueldos españoles son bajos. Porque la productividad también lo es. Y porque la desigualdad salarial entre altos directivos y los puestos base no para de crecer.
Puede que la administración no ofrezca alquiler social porque teme el problema político de la morosidad y el desahucio. Pero tampoco le da la gana de vender vivienda pública con margen de beneficio cercano a cero. Sí, la promoción privada logra márgenes superiores al 20%. El concello podría construir con un 2%, por ejemplo.
Y, tal vez, Muface no sea lo anacrónico, sino simplemente histórico. Acaso lo anacrónico sean las aseguradoras privadas. Esas que cobran un recibo mensual a un octogenario que parece un alquiler de piso y le pagan al médico que les atiende lo equivalente al menú en el Congreso.
Digo todo esto porque parece más divertido enfrentar a una minoría de pobres contra una mayoría también pobre que enfrentar a pobres contra poderosos. Una vieja estrategia social. Lo triste es que no hay una conspiración maquiavélica detrás. No es necesaria. Somos auténticos genios en dividir entre Broncano y Motos, en gritar sobre Ayuso y el fiscal, entre Mazón y Sánchez. Y entre tanto apenas nos fijamos en un tal Larry Fink, ceo de BlackRock al que rinden pleitesía jefes de estado. O qué diablos es ERGO, dueña de la aseguradora DKV, o qué banco está detrás de Adeslas. El debate, para que tenga audiencia o se viralice, debe ser simple, aborregante, emocional y peligroso. Bueno, peligroso para jubilados, caseros o funcionarios. No para los millonarios. Con la salvedad de Brian Thompson, descanse en paz.