Decía Walt Whitman en Canto a mí mismo: “¿Me contradigo? Muy bien, entonces me contradigo. Soy inmenso, contengo multitudes”. Empiezo por una frase, lo sé, cuando habitualmente es mi modo de despedirme de este rincón que comparto con quien tenga a bien leerme. ¿Contradicción? ¿Romper costumbres? Quizás este modus operandi que he escogido para hoy tenga un poco de cualquiera de esas cuestiones.
Se nos exige coherencia, alinear nuestro sentir, pensar, actuar. Claro que sería lo idóneo, y seguro que en más de una ocasión he dejado caer por aquí lo importante que es que esa tríada trabaje al unísono, de manera congruente y coherente. ¿Busco eso? Si ¿Lo consigo? No siempre.
Muchas veces se produce un oleaje, una marea, un ir y venir donde nos acercamos y nos alejamos a nuestros valores. En el fondo, transitamos por las contradicciones.
Pensemos en nuestras pequeñas batallas cotidianas: el impulso de devorar el mundo frente al anhelo de detenernos y descansar. El deseo de independencia frente al miedo a la soledad. Las personas que extrañamos y que por momentos nos estorban. Las contradicciones, son curvas en un camino recto de la vida, grietas por donde se cuela la verdad de lo que somos.
Repito, se nos exige coherencia, claridad, alineación perfecta entre valores y acciones. Una demanda difícil que, por momentos, nos empuja a habitar máscaras rígidas, a falsear nuestra complejidad. Ser coherente en todo instante, en un mundo líquido y cambiante como el de hoy, puede ser una batalla, sin duda, compleja de lidiar.
Repaso mi día, recibo una cantidad indecente de información, las conversaciones se ciñen a un visto y no visto, transito por distintas emociones como quien viaja por una montaña rusa, en definitiva, todo muta. En esos espacios-tiempo obligarme a una coherencia absoluta es abocarme a la inmovilidad.
Quizás se trate más de una teoría de compensaciones. Me confieso animal social y cada día disfruto más de mis tiempos de soledad y los silencios. Me gustan las historias profundas y no rechazo las lecturas frívolas para etapas de necesaria superficialidad, busco avanzar y aventurarme en nuevos retos y descanso feliz en los refugios conocidos, llevo por bandera la libertad y me reconozco donde me acogen y siento que pertenezco. La vida en términos de oxímoron.
Admitir que nos contradecimos es reconocer que no lo sabemos todo, que somos aprendices perpetuos de la vida. No hay certezas absolutas. Empecemos pues por reconocer que las contradicciones pueden coexistir y dar pie a la creatividad y a formas diferentes de hacer.
Quizás no estamos aquí para ser consistentes, sino para ser humanos, con todo lo que eso implica. Contradicciones incluidas.