Ánxel Huete, en la galería Nordés

Comisariada por Juan de Nieves, la galería Nordés ofrece la muestra “A pintura que mira” de Ánxel  Huete (Ourense ,1944), que recoge una selección de obra realizada a partir del año 2000, en la que impera su modo singular de abstracción, cercano, en algunos casos, al suprematismo de Malevich  y a sus propuestas de que el arte debe ser anicónico y crear signos y alfabetos nuevos. Nos enfrentamos, pues, a una obra en la que el espacio está configurado por campos de color y se abre hacia sugerencias ocultas e innominadas. De ahí que ya no podamos ser meros espectadores o mirones, pues –como el título sugiere– también la pintura tiene su mirada y dirige nuestra percepción. Estas obras dejan entrever que hay algo oculto, escondido bajo la superficie; lo sentimos en una rendija o en el pálpito de unas leves manchas negras sobre el espacio verde, como en la obra que titula “Estado da memoria”,  o en las casi invisibles y aéreas bandas blanquecinas que atraviesan el intenso azul de un gran cuadro de casi tres metros de largo de la serie “Tristán” . De algún modo, ante algunas de estas obras, es inevitable pensar en la música, que, sin duda, es con el lenguaje lo más abstracto que tenemos y sentir también esa relación sinestésica  entre música y color, en el quehacer de Huete. Podríamos hablar de silencios cromáticos o de cromatismos que, en su aparente quietud, dejan sentir el latido de lejanos ecos, de vibraciones que se van perdiendo en la inmensidad. A veces, esta inmensidad es azul profundo, lo que nos lleva al espacio cósmico; otras veces, es verde intenso, lo que nos trae hacia las extensiones vegetales de la tierra. Difícil saber si Huete buscó estas relaciones de forma consciente; pero, en realidad, todo creador que se precie transmite a su obra misterios que lo sobrepasan y, a menudo, oficia de médium de númenes ocultos. Y esto sucede, sobre todo, en la obra abstracta, porque el pintor realista, en su afán de copiar, se encierra en los límites de lo visible. Por el contrario, el pintor abstracto  se aproxima a las fronteras de lo invisible que es donde se esconde la verdadera poesía; entonces,  el artista es capaz de conectarse con las sugerencias de lo oculto, con esa “terra incógnita” a la que sólo tienen acceso los verdaderos creadores. A esta estirpe pertenece Ánxel Huete y por ello podemos afirmar que hace música con la pintura y que sus series “Tristán” y “Preludio” dan nombre a esas correspondencias de las que habló Baudelaire. Otro aspecto a tener en cuenta es el sentimiento de lo telúrico, que queda reflejado en el gran díptico “Memoria de nai”, formado por un lienzo verde intenso y otro azul acuoso y que, de algún modo, representan esa doble naturaleza de Galicia: la tierra y el mar. Como él afirmaba en 2017, con motivo de su exposición en el Marco de Vigo, su obra nace de una profunda reflexión, de abandonar certezas para irse reinterpretando de acuerdo con el tiempo y de la autonomía conquistada con esfuerzo. Por todo ello, podemos afirmar sin ambages que  es uno de nuestros más grandes creadores.

Ánxel Huete, en la galería Nordés

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