Con el título de “Souvenirs” la galería Moretart ofrece una muestra de fotografía de Vari Caramés (Ferrol, 1953), que comenzó su afición a la fotografía cuando a los quince años su padre le regaló una cámara. Desde entonces hasta hoy ha recorrido un largo camino, donde con sus instantáneas ha escrito con luz para transformar lo visible en metáfora de ensueños y de anhelos que están más allá. Así que los lugares y espacios en los que se inspira son pretextos para llevarnos a otra realidad, una inaprehensible realidad que se esconde tras la apariencia y que se insinúa en una sombra, en un escorzo, en una mano extendida que señala el brumoso horizonte o en un perfil de nadador sumergido bajo las aguas. De este modo, como él mismo explica en la presentación de su obra, busca “...prolongar la magia de los momentos vividos y hacerlos eternos”, aunque inevitablemente, --como ocurre con los recuerdos-, se vuelven evanescentes. Pero, precisamente, es ahí donde radica su magia, en ese algo inaprehensible que titila en los claroscuros o se difumina en la luz. Y aunque, a menudo, recoge instantáneas de lugares conocidos: una playa, un puente, una vista aérea, el edificio de Correos la plaza de María Pita, una fachada o la playa de Riazor lo hace con un enfoque que desdibuja contornos, con efectos espejísmicos o con escorzos cuyas diagonales apuntan a lo invisible. Esto es notorio en la foto en la que superpone un interior de la Escuela de Artes donde se ven estatuas y caballete con una especie de ventanal que es, a la vez, un bordillo que da al mar y sobre el que se sientan para contemplarlo dos figuras de espaldas. Por medio de estos contrapuntos conecta lo opaco y lo traslúcido y crea ambigüedades que abren sugerencias de espacios escondidos. Otro ejemplo de este ver como por medio de veladuras es la foto donde la plaza de María Pita aparece divisada a través de un cristal empañado por las gotas de lluvia; algo parecido sucede con la foto “A Coruña” que recoge, en color, un amplio paseo de la ciudad (Los Cantones, quizá) por el que pasan desdibujados viandantes cuyas siluetas se reflejan en la humedad de la calle. Hay un grupo de obras de la serie “Nadar”, que hizo en 2010; donde reflejos submarinos, escorzos y claroscuros, agitaciones de aguas y cuerpos pueden leerse como una alegoría de la vida, como una metáfora de ese ineludible y eterno nadar que va inherente con la condición humana. La sugerencia prima sobre lo tangible, lo etéreo o ingrávido sobre lo que pesa, lo imaginado o evocado sobre el motivo real que lo suscitó, de manera que se tiene la sensación de estar asistiendo al paso fugitivo de sorpresivas estelas que, tras realizar sus piruetas, se fugan o desaparecen a la búsqueda de otra realidad. Una obra de 1991 “La novia del portal” nos sitúa, con la blanca figura de la que va a casarse, frente al portalón cerrado de un jardín sumido en tinieblas sobrecogedoras, que esconden un misterio insondable. De ese misterio que rodea la condición humana se nutre el quehacer de Caramés.