Pero aquí, ¿de quién es la mano que aquí mece la cuna?

La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”. La frase del dramaturgo William Ross Wallace se refería inicialmente a la influencia materna sobre el resto de nuestras vidas, pero derivó, claro, en otra cosa: esas manos misteriosas que mecen cunas en las que anidan las serpientes. ¿De quién es la mano final que por estos pagos hace que no conozcamos quiénes son los últimos responsables de filtraciones que, como las revelaciones sobre Bárbara Rey, Koldo/Abalos, los sacos de dinero que entran, dicen, en el PSOE o el ‘affaire Errejón’, trastocan de golpe todo el panorama previamente establecido? Claro que aún ni siquiera sabemos quién mató a Kennedy. O, ya que estamos, quién se hizo con las cintas, aún no desveladas, de las audiciones de Pegasus. El cronista, obligado a buscar explicaciones completas, tiene derecho a preguntarse de quiénes son esas manos que propician tanto misterio, tanta opacidad, tanta culpabilidad, para hurtar la verdad, nada más que la verdad y toda la verdad a la opinión pública.


Lo cierto, ay, es que no nos enteramos de la misa la media. Una denuncia anónima ha acabado, y bien acabada está, con la carrera de Iñigo Errejón. Otra filtración no menos anónima puede acabar con la carrera del ‘número tres’ del PSOE, Santos Cerdán, un secretario de Organización que no explica lo suficiente esos rumores publicados sobre presuntas entradas de bolsas de dinero a la sede socialista, rumores difundidos precisamente cuando estamos en vísperas del congreso federal de este partido. Por las redes sociales corren acusaciones que luego se convierten en querellas ante los juzgados. Es una realidad paralela que poco o nada tiene que ver con lo que nos cuentan. Y que nos hace sospechar, temo que no sin fundamento, en la existencia de tramas misteriosas, camuflajes de temas oscuros: ¿dónde están las maletas de Delcy? ¿Quién espió por el método Pegasus al presidente del Gobierno, a la ministra de Defensa, al ministro del Interior? Son claves que seguramente tienen otros, nunca nosotros.


A todos nos seduce, de cuando en cuando, la teoría conspiranoica universal; nos encantan las historias de agentes secretos que mueven hilos que ni sospechamos, causalidades que alguien quiere disfrazar de casualidades. Pero esa tentación por lo sensacional disfrazado no puede ser la crónica diaria de una nación verdaderamente democrática: yo quiero, por poner otro ejemplo, que alguien me explique a fondo lo que pasa tras las campañas electorales –ya nos enteraremos de cómo esas manos que mecen cunas, encuestas y datos han intervenido de nuevo en las elecciones más importantes acaso de la Historia, las que se nos echan encima dentro de poco más de dos semanas–.


Y quisiera saber quién, cómo, por qué y, sobre todo, para qué, se nos escucha en una versión aumentada de la ficción orwelliana, que de ficción ya no tiene nada. Y quien maneja y desde qué covachas, las redes sociales que propalan bulos y, a veces, verdades. Por qué lo de Bárbara Rey cuando el emérito estaba a punto de sacar ‘su’ libro y cuando otras historias sacuden La Moncloa. Por qué salta lo de Errejón –parece que todo el mundo lo sabía, o eso dicen– cuando Sumar trataba de reconstruirse. Por qué algunas filtraciones sobre la UCO y de la UCO sobre el ‘affaire Koldo’. Quién narra lo de las bolsas de dinero en la sede del PSOE en vísperas congresuales. ¿Sigo?


Por supuesto que abogo porque todo se sepa, siempre que efectivamente sea todo y que sepamos cómo se sabe, aun cuando pensemos que se trata de maniobras de distracción de otras embarazosas cuestiones. Estamos ante una especie de ‘lawfare informativo’, y conste que nunca criticaré, sino que admiraré y defenderé, a un compañero, a cualquiera, por dar informaciones veraces, molesten a quien molesten y provengan de las fuentes que provengan: las manos que escriben historias que alguien no quiere que se publiquen nunca tienen tiempo para mecer cunas. Apañados estaríamos los periodistas si tantas veces nuestras informaciones no procediesen de fuentes ‘non sanctas’ y que incluso tengamos que admitir que pueden llegar a utilizarnos para los fines ‘de otros’.


Es, simplemente, que me extraña tanta coincidencia, tanta falta de últimas explicaciones. Ocurre, sin más, que desde que practico esta profesión mía, hace ya tantos años, siempre me ha gustado conocer no solo cuál es el monstruo que ocupa la cuna, sino a quién, a quiénes, pertenecen las manos que todo lo mueven, cunas y otras muchas cosas incluidas. Convengamos que pocas veces nos han faltado tantas piezas del puzzle como ahora, lo que sospecho que debe ser una señal más de los tiempos sin moral que vivimos. 

Pero aquí, ¿de quién es la mano que aquí mece la cuna?

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