La Moncloa abre (o mejor, entorna) sus puertas

Algunos de los presidentes autonómicos que han ido a ver a Pedro Sánchez a La Moncloa en los últimos días llevaban hasta seis años sin pisar los suelos enmarmolados del palacio presidencial (bueno, alguno no los había pisado nunca). Y es que el presidente del Gobierno central se había, se ha, atrincherado en esa fortaleza en la que se ha convertido el recinto, pero ahora entreabre sus puertas y deja pasar, uno a uno y con el carnet en la boca, a los ‘barones’ de la oposición del Partido Popular... y a los ‘barones’ de la oposición propia, que, como en el caso de Emiliano García Page, se muestran, el menos verbalmente, más duros con los planes gubernamentales que los propios líderes territoriales ‘populares’. Que acuden, todo sonrisas y buenas formas –menos mal–, a visitar al hombre que permanece en el poder desde hace, este lunes se cumplen, seis años y cuatro meses de oleaje tempestuoso al frente de la gobernación de la nación.


Pero ahí sigue Sánchez, al mando indiscutible del barco. Y no pone rumbo a tierra para descansar, achicar el agua que entra por los boquetes y restaurar fuerzas: quizá el día en el que Alberto Núñez Feijoo entre por la puerta de La Moncloa para dialogar con él podamos empezar a pensar en que nuestra democracia se europeíza en el mejor sentido. Pero, por ahora, no. Bueno, al menos entran a admirar las obras de arte que cuelgan de los muros presidenciales los ‘barones’ que representan a la oposición territorial; pero no, ya digo, quien representa a la oposición nacional.


Y eso que Feijóo está dando, parece, un viraje a sus planteamientos de ‘guerra total’ y ha comenzado a lanzar propuestas concretas sobre conciliación, vivienda, reducción de la jornada laboral. Propuestas que, me parece, el Gobierno recibe como quien oye llover, aunque esa situación no podrá mantenerse mucho mas tiempo así, digan lo que digan los belicosos heraldos del ‘statu quo’, o sea, algunos ministros muy ‘halcones’. Se impone un cambio de talantes y quizá de talentos.


Así, más que nada en un afán por ver la botella medio llena, yo diría que los apretones de manos –los políticos siempre lo hacen sin mirarse a los ojos– a las puertas de La Moncloa, aunque se produzcan porque a ambas partes les interesa desbloquear situaciones ancestralmente taponadas como es la financiación territorial, son, al menos, un preludio de algo diferente. No hay, laus Deo, insultos de sal gorda, ni alusiones a la señora del presidente, ni acusaciones de que el otro es un fascista que hace el juego a Vox. Hasta ahora, lo que hemos visto en los encuentros de estas dos semanas ha sido un diálogo civilizado dentro de la discrepancia, como es natural. Pero es un diálogo interesado, con la vista puesta en la posible llegada del maná de los dineros presupuestarios, que esa es otra: si no hay Presupuestos ¿no habrá dineros? Y entonces ¿Qué ocurrirá con el pacto con los republicanos catalanes, y quién sabe si con la jaula de grillos de Junts? ¿Seria el momento de volver a repartir cartas en unas elecciones?


Me parece, hasta donde se me alcanza, que esto último, lo del pacto con el independentismo catalán y una disolución de las Cámaras, es algo que no se aborda demasiado extensamente en los encuentros con los ‘barones’ del PP, aunque quizá se haya tratado algo más detalladamente con el líder castellano manchego. O sea, que las formas mejoran porque la puerta de palacio se entorna, pero el fondo, que es el rechazo a los acuerdos unilaterales con ERC para garantizar la gobernación de Sánchez, permanece.


Claro que, en política, las formas son tan importantes como el fondo, y eso parece que Sánchez, quizá impulsado por la gente de mérito que ha incorporado a su Gabinete, gente no politizada y sí muy técnica y pragmática, empieza a entenderlo. Sonreír al enemigo, como está haciendo –tibiamente, eso sí– el presidente con sus interlocutores autonómicos, siempre es un comienzo para superar las hostilidades, y en eso hay que reconocer también su mérito a los ‘barones’ populares: a ver qué ocurre cuando Sánchez reciba, que espero que ocurra, a la muy dura presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso.


Y veremos también qué sucede cuando se convoque, al fin, esa conferencia de todos los presidentes autonómicos en Cantabria, a la que parece que ahora sí asistirán el president de la Generalitat catalana (“uno de los nuestros”, te dicen) y el lehendakari vasco, que poco tiene que ver con algunos de sus antecesores, especialmente el afortunadamente olvidado Juan José Ibarretxe.


Claro, no conviene echar las campanas al vuelo, que esto de la financiación autonómica o, mejor, la regulación general del estado de las Autonomías en el Título VIII de la Constitución, necesita una mano de pintura urgente, que no se le ha dado en cuarenta y seis años. Y de eso, precisamente de eso, es de lo que tienen que hablar Sánchez y Feijóo, si es que el primero levanta el puente del foso y deja entrar al hombre que pretende sucederle. De eso, y de más manos de pintura que necesita nuestra ley fundamental, junto con otras cuestiones como el reforzamiento de la Corona o qué diablos va a hacer Europa si, dentro de un mes menos dos días, Trump gana las elecciones norteamericanas, que son las elecciones mundiales, y el delicado equilibrio en el mundo se va al garete.


Eso es, creo, lo importante de verdad. Y, si me permite decirlo y espero que se entienda correctamente mi afirmación, lo demás, lo de Bárbara Rey y el Rey, lo de Begoña Gómez y su ‘cátedra’, por poner dos ejemplos, no son sino sucios divertimentos –inquietantes, claro– en el país más jaranero del mundo. Un país que los dos personajes que habrían de reunirse ya mismo en una Moncloa con las puertas aún más abiertas tienen la responsabilidad de seguir construyendo cabalmente, y no al revés.

La Moncloa abre (o mejor, entorna) sus puertas

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