Sánchez deja al PSOE, al gallego, como a todas sus marcas en España, hecho una piltrafa tras entregarse al BNG y fracasar en la intentona de echar al PP de la Xunta. Galicia destapa la impostura y la miseria real de un sanchismo encastillado en Moncloa pero al que fuera no le queda ni una almena y que vive de prestado, sometido, y suplicándolo, al chantaje de los separatismos.
La extrema izquierda, Sumar y Podemos consuman el ridículo y apuntan a una descomposición acelerada. El sombrajo de Yolanda Díaz carece de cimiento y territorio y amenaza con que cada cual coja su palo y tire por su cuenta. El fracaso en su tierra natal, desnuda un liderazgo designado, de dedo, un día por Iglesias, al que traicionó como a todos, y ahora por Sánchez, que será quien se la guise y, cuando le convenga, se la coma... con grelos y patatas.
Rueda mantiene con holgura la mayoría absoluta y coge perfil propio como líder en su tierra y Feijóo toma impulso y se rearma a nivel nacional como alternativa. Comienza un nuevo ciclo electoral con las Europeas y las vascas como próximos escenarios a donde llega crecido y con posibilidades de victoria o mejora. Se la jugaban, ya lo creo y bien se ha visto el empeño en derrotarlos a cualquier precio y de cualquier manera, y han ganado. Con todavía más rédito pues se clamoreaba su zozobra y se pronosticaba su caída pues de haber obtenido una victoria insuficiente como en las generales su suerte hubiera estado echada. Vox, en su viraje empecinado de equivocarse de enemigo, incluso tras el nuevo trastazo, prosigue en su deriva hacia la percepción, que parecía conjurada tras los pactos municipales y autonómicos, de su inutilidad como instrumento para desalojar al sanchismo. O aún peor, a ser vistos y se empeñan en ello, como coartada y real socorro del mismo. Este es el sucinto resumen de lo que que deja la jornada de 18 de febrero, donde unos soñaron con unos idus de marzo para el líder de la oposición y un nuevo triunfo a la desesperada y aun perdiendo, de Pedro Sánchez que saldría, aunque su partido y sus tropas hubieran quedado deshechas, riéndose a carcajadas porque él seguía vivo y pensaba seguir coleando. Pero lo que ahora queda es señalar lo más importante. Galicia ha devuelto la esperanza a España. A la Nación que cree en ella, en su Constitución, en la igualdad de sus ciudadanos, en la memoria de si misma, que es su historia, y que la llama sin vergüenza por su nombre.
Una esperanza que se iba perdiendo a pasos agigantados tras 23-J, pasados del todo, con el desparpajo más obsceno.