Francisco, ese hombre

La contingencia es una bronquitis que derivó en neumonía bilateral. Pero los recados de la muerte del Papa Francisco nada tienen que ver con el contenido de un parte médico ni con las referencias a su sentido del humor argentino o el franciscanismo de un jesuita sensible a la injusticia social. Ni quiera con los entrecomillados de sus posiciones sobre los asuntos de actualidad como migración, cambio climático, pacifismo, nuevas tecnologías o, en clave doméstica, la pederastia en el seno de la Iglesia Católica o la reforma de la Curia Vaticana.


Me refiero a algo más elevado. Me refiero al compromiso de un hombre con la condición del hombre. Del compromiso de un ser humano con la causa de los derechos humanos. Iluminado, eso sí, por una creencia religiosa muy potente en contenidos y en cifras.


Me explico: si descartamos a la ONU, una desacreditada y obsoleta organización internacional venida a menos, ninguna otra institución llega a mil millones de almas comprometidas en la causa de la dignidad humana a la luz de una profesión religiosa. Es la fuerza de la Iglesia Católica, con un historial de más de dos mil años en sus anaqueles. En pocas palabras: un potente faro moral en un mundo desmoralizado.

 

Si descartamos a la ONU, una desacreditada y obsoleta organización internacional venida a menos, ninguna otra institución llega a mil millones de almas comprometidas en la causa de la dignidad humana a la luz de una profesión religiosa


Si sumamos esa cifra a la de todo el orbe cristiano (el Gólgota fundacional como la gran palanca civilizadora del Humanismo), estaríamos hablando de más del doble de personas. Hasta unos 2.400 millones, muy por encima del Islam, cuyos seguidores se calculan en unos 1.400.


Es conveniente acercarse a la figura del papa Francisco, que acaba de morir tras un reinado de doce años, con esos marcos cuantitativos en la cabeza. Y así entenderemos mejor la conmoción internacional por su desaparición, al margen de las creencias o las no creencias de cada uno y por encima de las relaciones de cada país con el Vaticano.


No se me ocurre mejor elemento de prueba que esos ochenta y ocho toques de duelo de las campanas de Notre Dame de París (uno por cada uno de los años vividos por Jorge Mario Bergoglio), en el corazón del país de la laicidad institucionalizada.


Así que no me extraña que el primer viaje oficial del rey Felipe VI fuese al Vaticano, que el Gobierno de Sánchez declare tres días de luto oficial en toda España o que Oriol Junqueras, líder de un partido republicano e independentista, reconozca en el papa Francisco a alguien que luchó contra los abusos en nombre del Evangelio.


Como tampoco me extraña que prácticamente todas las cancillerías de mundo expresaran este lunes sus testimonios de condolencia por la muerte del jefe de la Iglesia Católica, precisamente cuando lo que tocaba era celebrar la resurrección en el domingo glorioso que sigue a la secular escenificación de la pasión y muerte de Cristo. 

Francisco, ese hombre

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