La primera escena de Wicked es una celebración por todo lo alto: la de la muerte de la Bruja mala del Oeste. No one mourns the wicked, dice la canción. O sea, que nadie va a llorar a la malvada, a Elphaba Thropp, la enemiga de Oz.
Para empezar, es verde. Da igual que también sea inteligente, valiente, respetuosa o apasionada. Cuando alguien se sale de lo normal, poco se puede hacer. Es muy difícil mirar más allá de la superficie de una piel de color brócoli. Tanto que podríamos matizar a Segismundo en La vida es sueño y decir que el mayor delito del hombre no es haber nacido, sino haber nacido diferente.
Además, Elphaba realmente puede hacer magia. Y ese es un pecado difícil de perdonar. Porque hay que ser humilde para reconocer que alguien es mejor que uno mismo. Y en el mundo hay mucho narcisista que no está dispuesto a que nadie le robe ni una pizca de su esplendor ni un ápice de su poder.
Encima, Elphaba no se deja dominar. El Mago de Oz y su adlátere, la señora Morrible, le dicen lo que tiene que hacer. A cambio, le ofrecen un futuro prometedor. Pero ella no está dispuesta a traicionar sus ideas y huye de Ciudad Esmeralda.
Elphaba es buena, pero los malos se encargan de convertirla en la malvada. Es tan fácil. Tú calumnia, que algo queda. No es muy complicado conseguir que esa persona que solo quería vivir tranquila y fiel a sus valores se convierta en una amargada que intenta impedir a toda costa la felicidad y el disfrute de los demás. Y menos si consigues que alguien cercano la traicione, como hace Glinda en este caso.
Si eres una persona carismática y sociable, como el maravilloso Mago de Oz, nadie va a cuestionar tu versión. Al contrario, la reafirmarán cada vez que vean a la bruja vestida de negro o volando en la escoba que encantó para escapar, horrorizada, de ti. Incluso añadirán nuevas maldades al relato. Detalles que la harán cada vez más vil, más cruel y más perversa. Se reirán contigo de ella. No tendrán el mínimo resquicio de respeto. Y no pararán hasta que esté completamente despojada de su dignidad.
Elphaba es buena, pero se ha visto obligada a interpretar otro papel; uno que no correspondía. Su vida ha sido una gran mentira, tejida para satisfacer intereses de otros. Es tan injusto que solo puedo imaginar una segunda parte en la que reaparezca, aunque no sé si me gustaría más que lo hiciese para vengarse o para perdonar.
Y es que es fácil decirlo, pero este tema del perdón es peliagudo. Perdonar no es dejar que el amor triunfe sobre la ira. No es, tampoco, pasar página, hacer borrón y cuenta nueva, olvidar o tirar hacia delante, sin más. Es ver las cosas desde el punto de vista del otro, empatizar con él y entenderle. Algo completamente imposible si esa persona no reconoce el dolor que ha causado, si no asume su responsabilidad, si se queda anclado en su vergüenza, si no siente culpa, si no se compromete a reparar el daño, si se escuda en la incomodidad para no hacer algo que te haría sentir mejor o si no demuestra que ha cambiado y que no va a volver a cometer el mismo error.
Y, aun cuando el Mago de Oz reaccionase así, ¿Elphaba no se preguntaría hasta cuándo tiene que perdonar o qué ofensa es lo suficientemente grave para negar tranquilamente su clemencia? Creo que la Biblia no es metafórica cuando lo cuantifica en 70 veces 7 (es decir, 490). Más bien, pienso que habla de que también hay que poner límites, tenerse un poco de amor propio y saber decir hasta aquí hemos llegado.
Dudo que haya venganza en la segunda parte de la película. Pero espero que, si lo hay, el perdón no sea gratuito. Porque las acciones tienen consecuencias y esto es algo que todos debemos aprender lo antes posible.