Aos alcaldes se les valora por muy diversos motivos: políticos, personales, por su gestión o por sus gestos. Mueven pasiones e indiferencias casi por igual. Para muchos ciudadanos un alcalde es invisible, para otros es quien les arregla o no la calle, el facha o el rojo de turno, el que permite licencias o el que las paraliza. Pero si alguna característica común tienen casi todos los alcaldes mejor valorados es haber sido capaces de transformar su ciudad.
Eso de “transformar ciudades” es una especie de concepto social que no está del todo claro. De Paco Vázquez se dice que abrió A Coruña al mar. De Lores, que humanizó Pontevedra, o de Iñaki Azkuna que reconstruyó Bilbao con su efecto Guggenheim. Pueden ser transformaciones más o menos redondas. Nunca exentas de críticas. En Málaga, Francisco de la Torre lleva 24 años gobernando y ha convertido a la ciudad en un referente cultural y un polo de atracción de talento tecnológico. Pero en diez años el precio de la vivienda se ha duplicado. Mientras que en Bilbao ha subido “solo” un 30%. Son cosas que pasan con las transformaciones. Que a unos les vienen mejor que a otros.
Volviendo a tierras gallegas, en A Coruña, por ejemplo, se está peinando una de esas obras coquetas que dan carácter, orgullo y muy posiblemente votos. La calle de San Andrés tiene pinta de vestir al barrio de otra forma. Y tras ella irá la reforma de Los Cantones. Aunque ni son las únicas ni siquiera las obras más importantes para la ciudad, muy posiblemente se convertirán en una de las principales referencias para calibrar una gestión municipal de cara a las próximas elecciones. Sí, ya sé que influirán muchos otros factores, pero el de la estética en lugares muy visitados por propios y extraños tiene un peso emocional importante. Casi íntimo.
Del remate final de estas “transformaciones”, de los detalles y también de cómo se presenten, dependerá que haya o no críticas enfurecidas o alabanzas cariñosas a una alcaldesa que seguro tiene deseos de hacerlo bien y que se le reconozca. Por eso debería entender estas obras, mejor aún a su remate, como un giro de guión donde plantee una nueva imagen, no solo de gestión más o menos inteligente, sino también de mucha más cercanía, de mucho mayor liderazgo popular fuera de despachos y atriles, de mucho menos partido y mucha más alcaldesa.
Claro que faltan ideas y visiones definidas sobre el futuro, claro que falta fortaleza política en el consistorio y puede que acaben faltando hasta presupuestos. Pero la alcaldesa tiene la oportunidad de presentar San Andrés como algo mucho más importante que la inauguración de una obra, como un ejemplo de modelo de ciudad que a lo mejor poco tiene que ver con As Percebeiras, Visma o Xuxán. Otros alcaldes lo han hecho casi solo con unas simples luces de Navidad. En Galicia ya sabemos que el efecto Guggenheim, Pompidou o Picasso funciona menos que el chauvinismo lumínico pero también menos que la ciudad bonita de Xerardo Estévez o de Anxo Quintana. Que A Coruña reciba en algún momento algún reconocimiento europeo de urbanismo como en su momento recibieron Compostela o Allariz sería todo un síntoma de que aquí puede haber “transformaciones” de las que se celebran en las urnas de una forma contundente, con mayorías absolutas indiscutibles.
Puede que esté exagerando, no sé. Tal vez sea el espíritu navideño que, o te lleva al agobio por los atascos de entrada en la ciudad y en los centros comerciales, o te invita a ser optimista acerca de otros modelos urbanos más peliculeros, con árboles, tiendas encantadoras y pocos coches. Pero en política también puede funcionar no solo la ingenuidad aparente de un film romántico sino también el deseo de hacer transformaciones agradables. De plazas, calles, edificios, personas e incluso políticos.