Silvio Berlusconi siempre presumió en vida de popularidad, cabalgando el éxito en la política y los negocios, pero su velatorio transcurrió hoy a puerta cerrada en su villa de la apacible Arcore (norte), aunque sus más fervorosos seguidores no renunciaron a dedicarle un último "gracias".
La capilla ardiente del magnate, fallecido este lunes con 86 años a causa de la leucemia que arrastraba desde hace algún tiempo, durará hasta mañana, cuando se celebrará en la catedral de Milán (norte) un extraordinario funeral de Estado criticado por muchos en Italia.
Sin embargo, pese a lo controvertido del personaje, este martes no hubo cabida para la crítica en Arcore y sus admiradores consumaron a las puertas de la villa una especie de canonización laica, dejando todo tipo de objetos conmemorativos y mensajes de gratitud.
En el césped de la entrada se acumulan, como en un altar, ramos de flores, banderas de su partido, Forza Italia, muñecos e incontables bufandas de una de sus grandes pasiones, el fútbol, en concreto del Milan, vendido en 2017, y de su última compra, el Monza.
Pero el parterre, delimitado por verjas y mucha policía, es sobre todo un punto de encuentro para decenas de sus seguidores, los más leales, porque hoy los nubarrones amenazaban lluvia.
Giuseppe Bova, uno de ellos, hizo fortuna produciendo y vendiendo las primeras banderas de la campaña electoral con la que Berlusconi entró en política en 1994: "Entonces había unas ganas enormes de cambiar el país, todos se encariñaron de él", rememora, emocionado.
Su "agradecimiento" hacia el político conservador quedó de hecho por escrito en su grupo familiar de Whatsapp, en el que escribió un largo panegírico para emplazar a sus hijos a tenerle "siempre" como ejemplo e inspiración.
Otros han llegado desde muy lejos. Es el caso de Giorgio, que tomó el coche la pasada medianoche desde Altamura (sur), en el "tacón de la bota italiana", para no perderse las exequias.
Todos confiesan una verdadera pasión por su líder, algunos incluso gimotean al hablar, mientras hacen guardia a las puertas de una mansión cerrada a cal y canto, que solo abre sus portones a las comitivas de su selecto club de amigos.
Pues se ha decidido que los restos de Berlusconi, de aquel hombre que presumía de popular y campechano, sean velados en la más estricta privacidad por su novia, la joven diputada Marta Fascina, sus hijos o históricos colaboradores como Gianni Letta o Antonio Tajani.
O también por su suegra, cuyo nombre, Angela della Morte, en español Ángela de la Muerte, ha deleitado a los más sarcásticos.
Las honras llegarán mañana cuando la monumental catedral de Milán acogerá un funeral de Estado con las más altas autoridades del país y representantes europeos, como el jefe del Estado, Sergio Mattarella, y cuando el país se sumirá en una jornada de luto nacional.
Se trata de unos honores con pocos precedentes en la historia democrática de Italia y que han suscitado la incomprensión de muchos que cuestionan si debían dedicarse a una de las figuras más controvertidas recordadas en el país.
Porque para muchos, Berlusconi queda como el líder conservador, el empresario de éxito que levantó colosos como Mediaset o el dirigente futbolístico que llevó a la gloria a los "rossoneri" del Milan, conquistando ocho "Scudetti" y cinco Ligas de Campeones.
Pero también quedará como el protagonista de escándalos sexuales surgidos al calor de las fiestas con mujeres jóvenes que solía celebrar precisamente en Arcore, o de dolosas artimañas políticas, o como el político caído del pedestal que tuvo que prestar un año de servicios en un geriátrico por su condena por fraude fiscal.
Pero entre sus leales, las exequias por todo lo alto están más que justificadas.
"Fue un gigante en todos los sectores en los que actuó, desde el deporte, las empresas o la política. Nunca le atacaron desde el punto de vista político, como habría sido justo, sino desde el personal", denuncia Stefano, un siciliano que ha echado raíces en el norte.
Porque, a fin de cuentas, y más allá de su larga sombra, para sus acólitos Berlusconi ha sido, hasta el último de sus días, aquel "mesías" que emergió del colapso del sistema republicano de Italia a principios de los años 90, carcomido por la corrupción, para crear una nueva forma de hacer política. La suya, única e inimitable.
La duda, tras su muerte, es qué deparará a su partido, la conservadora Forza Italia, huérfana de su liderazgo personalista. Laura, una anciana llegada a su mansión, promete que seguirá votándolo, aunque habla sin percatarse en presente, como si Berlusconi siguiera vivo, observándolos a todos desde las ventanas de su fortaleza.