as nuevas tecnologías digitales y las redes sociales, diseñadas para parecer inocuas y facilitarnos la vida, están determinando el modo que nos comportamos casi sin darnos cuenta y los “nativos digitales” corren más peligro porque las han interiorizado sin apenas cuestionarlas. Estas son algunas reflexiones que el lingüista y profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Manuel Alcántara plantea en su último ensayo, ‘Desconexión. El gran reemplazo digital’, publicado por la editorial valenciana Barlin Libros, en el que desentraña cómo la tecnología digital nos afecta en el sentido psicológico, reemplaza la comunicación humana y da lugar a frustraciones.
Cuando usamos Twitter, Facebook, Instagram o Whatsapp “no somos conscientes de que hay algoritmos funcionando que afectan al modo en el que te estás comunicando y eso es lo peligroso, porque cedemos nuestra voluntad de una forma inconsciente”, advierte.
“Las generaciones de más edad tenemos más recursos, sabemos que esto antes no era así y nos informábamos de otra manera”, pero los jóvenes “piensan que dominan las herramientas digitales cuando son ellas las que les manejan”, afirma.
‘Efecto tragaperras’
El lingüista habla también del llamado “efecto tragaperras”, referido a que genera más adicción conseguir en ocasiones lo que queremos que obtener siempre el premio. “Las aplicaciones de las redes funcionan de la misma manera: cuando accedemos a ellas a veces tenemos ‘likes’ o nos avisan de notificaciones y otras no, y eso está hecho a propósito porque nos obliga a ir al teléfono de forma impulsiva”, advierte. Estas recompensas intermitentes, además, hacen que generemos más dopamina y nos causa una sensación de “enganche químico”. “Un experimento que es fácil de hacer para saber si nos pasa a nosotros es dejarte un día el móvil en casa. Vas a ver todas las veces al día que haces el gesto de buscar el teléfono”, señala el autor.
Alcántara ha visto esta angustia cuando prohíbe a sus alumnos que tengan el teléfono en la clase. “En una hora no va a cambiar tanto el mundo, pero el cuerpo se lo pide”, lamenta. Las aplicaciones digitales, además, “aprenden de nosotros y nos dan lo que nos gusta y eso es otro peligro”, añade al respecto.
¿Un ejemplo? El caso de una niña que ha oído hablar de la anorexia y decide hacer una búsqueda en Google. Probablemente cuando vaya a YouTube le salga otra búsqueda sobre ese tema porque Google ya sabe que tiene interés por él; de repente tendrá muchas propuestas relacionadas que la llevarán a aprender mucho más del interés general que tenía en un principio y conducirla “por un camino peligroso”. El hecho de que los grandes gurús de la tecnología digital, como Steve Jobs o Chris Anderson, no hayan dejado a sus hijos que las utilicen “nos da una pista” del peligro que comportan, reflexiona.
Instituciones públicas
El autor cuestiona también sobre el uso de las redes sociales por parte de las instituciones públicas. “¿Cómo de legítima es una voz para dar un mensaje?” se pregunta, y advierte del uso masivo que están haciendo de aplicaciones como Twitter o Facebook, “que igual no se merezcan” ya que “no son tablones de anuncios transparentes, hay un algoritmo detrás y además es una colaboración implícita con lo privado”. “Hay que forzar a estas empresas a ser más explícitas” e intervenir en el diseño de las herramientas digitales, defiende.
También reconoce que ha habido avances importantes (como la obligación de informarnos de que están recabando información sobre nosotros) “pero no tantos como nos gustaría”. Lo más importante es que se legisle obligándoles a ser “más transparentes”, añade al respecto.
Alcántara defiende que hay que hacer acciones individuales pero la respuesta será colectiva. “Los niños han perdido el tiempo de silencio, de aburrirse; los adultos no sienten que tienen una vida plena. Las pérdidas son tantas que en algún punto va a haber un salto hacia atrás”, concluye.