Vulnerable, sí

Una semana que no empieza en lunes, la maleta preparada para el primer viaje de un 2025 que se augura de vuelos y fluyendo con los ritmos cambiados tras los festivos navideños. Empiezo con fuerza y a la vez con nostalgia. En todo caso, aceptando mis contradicciones internas. Sí, aceptando.


Vivimos en un mundo que aplaude la fortaleza como virtud. Nos han enseñado que mostrar debilidad es peligroso, que hay que levantar muros para protegernos de los golpes que puedan venir. Desde pequeños (hablo al menos de mi generación y anteriores) interiorizamos que llorar, pedir ayuda o aceptar que algo nos duele son señales de fracaso, de flaqueza. Pero, ¿qué pasaría si cambiásemos el enfoque? ¿Si en lugar de “ocultar” nuestra vulnerabilidad la entendiéramos como parte de nuestra fortaleza?


La vulnerabilidad no es una grieta, es una ventana. Permitirnos ser vulnerables no significa ser débiles; al contrario, es aceptar nuestra humanidad y nuestra esencia Es reconocernos imperfectos, expuestos al error y al dolor, pero también a la conexión, al amor y al aprendizaje. Es un acto (r)evolucionario en un mundo que constantemente nos empuja a lucir invencibles.


Me reconozco que, en ese afán de parecer fuerte, independiente, del “yo puedo”, he cargado, y seguramente hoy todavía sigo cargando, con armaduras para batallas que realmente no existen o con máscaras de carnavales imaginados. En el fondo, la fortaleza aísla. El discurso de la autosuficiencia es una trampa. Porque no importa cuán firmes seamos, todos enfrentamos momentos en los que sentimos que el suelo tiembla bajo nuestros pies. Y no hay nada de malo en eso.


La verdadera fortaleza no reside en aparentar que no necesitamos a nadie, sino en tener el coraje de abrirnos. Decir “me duele”, “no puedo más”, “me siento insegura” o “necesito ayuda”, esa es la valentía. Mostrarnos vulnerables nos hace humanos y permite que los demás también se sientan cómodos con su propia fragilidad. Descorremos las cortinas y abrimos la ventana al juego de luces y sombras. Unas sin las otras no existen. Habitamos así nuestro espacio interno, nos habitamos y desde ahí, somos.


Repito, quizás para interiorizarlo, nuestra vulnerabilidad es nuestra fortaleza. Nos recuerda que somos resilientes no a pesar de nuestras heridas, sino gracias a ellas.  Decía una de mis profes de coaching “somos seres en construcción”.  En ese proceso, está bien no tener todo medido, impoluto, perfecto. Pues eso, vamos a ver qué materiales escogemos para cada estancia de nuestro hogar interno y a seguir decorando cada día con nuestras experiencias.


Mostrarse, ese gesto de autenticidad quizás es lo que, poco a poco, transforme no solo nuestra vida, sino también la forma en que nos relacionamos con los demás. Porque, al final, vivimos turbulencias que van más allá de las climáticas.


Ya lo decía Bob Marley: “Ser vulnerable es la única manera de permitir que tu corazón sienta verdadero placer”.

Vulnerable, sí

Te puede interesar