La ventana indiscreta

Vivimos sobre una tela de araña. Quebradiza pero fuerte. Elástica pero demasiado fina. Pegajosa como una celda de comisaría americana de película de serie B en la que el héroe está encerrado mientras se produce la invasión zombi o extraterrestre. Tiempos convulsos, digo siempre, mientras deambulo por casa con muletas y una silla de ruedas a lo madre de Norman. Malas noticias: la tibia y el peroné a la funerala. Una caída tonta, ¿no lo son todas? Todas menos la de Alan Rickman en ‘Jungla de cristal’, esa es gloriosa. Hans Gruber siempre en nuestros corazones, como tantos villanos que se comen el libro, la serie o la película. Eso sí es caer bien, no como yo que me hice trizas en un segundo el tobillo como si me hubiese visitado Goikoetxea en sus buenos tiempos de segador. Adiós a la temporada y a la selección. Hola a ‘La ventana indiscreta’.

 

Llevo una bota ortopédica. Ya no se lleva el yeso con las firmas de los colegas, la aguja de calcetar para rascar picores infinitos, los tiempos modernos requieren soluciones modernas. Botas de quita y pon, sillas plegables, tornillos, las ciencias avanzan que es una barbaridad. Un universo de series a mi alcance. Pensar en escribir un nuevo libro. Leer todo lo pendiente. Amigos que te traen comida como si fueses Jesusito en el Belén, unas cervezas de la Estrella o te hacen la compra aunque lo ponen todo en los estantes altos, no sé yo esos amigos...le daré una vuelta al asunto de las baldas altas. Necesito una Gadgetosilla. Aunque con la temporada que llevo quizá me quedase atascada más cerca del techo que del suelo.

 

Un par de semanas en casa y ya estoy más pálida que Severus Snape, hablando de Alan Rickman. Me entretengo en las redes, leo que el Papa duerme bien, está a punto de morir a las 4 de la madrugada y luego se levanta a desayunar como un campeón. Al principio pensé que era el canto del cisne, ese resurgir de los moribundos antes de entregar el alma al cielo, pero ahora me doy cuenta de que esto ya dura más que ‘Loengrin y Parsifal’. Leo teorías conspiranoicas con un papa negro y luego el fin del mundo, el Armagedón, lo que me cuadra con el ambiente bélico-pero-no-pero sí que estamos viviendo desde la llegada del señor naranja y su mujer de ojos tártaros. Es un tiempo licuado, de pocas certezas, de muchas dudas y de cambios constantes. Y Siria. A ver qué dicen los que hace poco celebraban al ver esas nuevas imágenes de ejecuciones sumarias. No escarmientan, no. El escorpión siempre va a seguir su naturaleza.

 

Escribo esta columna el 8 de marzo. Lo siento, queridas Irene e Ione, dado el estado de postración que arrastro no podré ir a las batucadas, hakas feministas, manifas, manifas terfas, manifas sin terfar, los cientos de escisiones de los ángeles bailando en la punta de un alfiler que me importan un pimiento. Esas manifestaciones llenas de aliades que luego salen rana, amigues, ojo. Tengo la teoría de que todo lo que esté subvencionado y apoyado por el poder no es ni transgresor ni bueno para el pueblo, así que veré, toda insolidaria, las aglomeraciones desde la ventana con un telescopio. Como Jeff pero sin Grace Kelly masculino. No se puede tener todo en la vida.

La ventana indiscreta

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