Pedro Sánchez dedicó buena parte del discurso de reapertura del curso político a atacar a la Comunidad de Madrid; fueron constantes las invectivas contra su presidenta, Isabel Díaz Ayuso. Descendió a poner en circulación una suerte de lema de etiqueta populista cargando contra quienes tienen un Lamborghini, deportivo de alta gama que confundió con otro coche de la marca Maserati que tiene el novio de la presidenta madrileña. Ese es el nivel de una pugna que va camino de devenir en obsesión. Por ambas partes. Porque Díaz Ayuso no tardó en responder cargando contra quien dice que tiene como objetivo empobrecer a la Comunidad de Madrid.
Que Sánchez que se pasa media vida volando en Falcon o salvando en helicóptero los 22 kilómetros que separan La Moncloa del aeropuerto de Torrejón critique a quienes tienen un coche deportivo -el año pasado de la marca que citó se matricularon 46 en toda España- tiene guasa. Como la tiene dedicarse a hacer oposición a la oposición.
Lo que no explicó en su discurso es el alcance del cupo pactado por el PSC con los separatistas de ERC, que apareja la entrega a la Generalitat de la recaudación del cien por cien de los impuestos que se generan en Cataluña, a todas luces una acuerdo que excede el marco constitucional.
Sánchez critica a Ayuso y la presidenta de Madrid le devuelve los “cumplidos” invitando a los presidentes de las comunidades que gobierna el PP a que rechacen reunirse con el presidente del Gobierno. No parece una idea acertada. Entre otras razones porque, al no ser compartida por sus compañeros, le ofrece a Sánchez una baza en su estrategia para dividir a la oposición al tiempo que deja en una posición incómoda al líder nacional Alberto Núñez Feijóo que es a quien corresponde marcar el rumbo del PP. Sánchez provoca y Ayuso entra al trapo. Todo indica que la función va para largo.