Los reyes, los magos y los amagos

La estampa es reciente; en el cubo del reciclaje, celofán roto y papel de regalo arrugado delatan el alegre paso de los Reyes Magos. A mí, que ya no tengo ni padres ni duda, me han llevado a reflexionar sobre la buena fama de que gozan las monarquías, pese a su carácter ciertamente anacrónico y en algunos casos hasta cómico, además de costoso para el erario. El curioso fenómeno sociopolítico, sin embargo, no guarda secreto una vez se contempla el terrible panorama de las opciones democráticas en materia de instituciones y gobiernos, enfrascados en constantes intrigas, incesantes y estériles disputas, innecesarios desplantes, tic autoritarios y sonados casos de corrupción pública y latente que invitan a pensar que lo que hoy es general será, en un cercano mañana, estructural y generalizado.


Ciñéndonos a España, observamos que las alternativas a la monarquía se debaten entre la cruda «magedad» y el desesperante «amaguismo», pues no son pocos en el gobierno y en la oposición, los magos, cuando no mesías, capaces de afirmar que atesoran todas las soluciones que la situación del país demanda. Y tampoco hay alguno que, una vez en el gobierno, no vaya amagando sin dar ni respetar sus compromisos.
Cabe por ello pensar que en el delirio de esta monomanía se nos antoje a la plebe emocionante ver arder y centellear, con descaro, en la hoguera del despilfarro, aquello que en otras manos lo hace oculto y podrido de silencio y humo.  

Los reyes, los magos y los amagos

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