Para escribir este lunes ¿no debería afrontar el riesgo? Hoy no parto de la comodidad de los pequeños sucesos cotidianos que se convierten en palabras para acomodarse con naturalidad en esta columna.
No tengo una pala, tengo una pluma, y lo que quiero es escribir para gritar, quiero gruñir y rebelarme. Si escribo este lunes es para no rendirme, para vencer. Si mi palabra fuera un aullido, si pudiera reafirmarme y no enloquecer. Escribo para despertar, ¡despertemos! Escribo una canción de protesta, para alejarme. Escribo y bramo, me desgañito y pataleo. Ruge el teclado, vocifera. Hoy escribo para luchar. Es un abucheo.
Hice un hueco a la desolación, la tristeza me lo permitió a ratos, batalló con la indignación, pero me refugié en la lectura. Leía Normas de cortesía, de Amor Towles, un libro de impecable factura que es también un recetario de lecturas imprescindibles. Me llevó a Walden, de Thoreau. Después yo sola seguí el camino para recordar que, tras pasar una noche en prisión durante el verano de 1846 por negarse a pagar los impuestos que sufragaban la guerra contra México, Thoreau escribió su ensayo Desobediencia civil: un alegato a favor de los ciudadanos y sus libertades individuales frente a las injusticias del Gobierno.
¿Es posible una sociedad más exigente frente a los sinsentidos de un Gobierno?
Una breve norma de educación en mi hogar que atesoran mis hijas desde su más tierna infancia: si tu hermana te necesita, tiéndele tu mano. Inmediatamente.
No tengo una pala, tengo una pluma, y lo que quiero es escribir para abrazarte, quiero limpiar tu casa, tu calle, ser consuelo. Escribo para agradecer, con la emoción de reconocer la infinita bondad del ser humano: mareas de hombres y mujeres, adultos y jóvenes, escoba en mano, esperanza en el corazón. Escribo: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
Escribo para acercarme, para salir a flote. Escribo para no olvidarme, para apuntalar y fortalecer. No achican agua las palabras, no achican.