Humildes trufas e insignes cerdos

El calendario de ironías de Marcelín reconoce al cerdo como un consumado rastreador de tan preciado «fungo» cuando advierte: «No Souto, nin nenos, nin veciños, nin trufas, nin porcos». Cierto es que no es tierra de ellas y sí de sabrosas castañas e insignes cerdos, teniendo por insigne aquel ser animal o vegetal capaz de alimentar a sus hijos. Y como es de justicia, más adelante afirma: «Trufas che dean que castañas se volvan». A lo que añade, en otra jornada de labor: «Xamais quedou castaña que coller nin porco que non a quixese comer», dejando clara su voluntad de ironizar en universal. Como demuestra cuando, en otro de sus días de absuelto, ironiza: «Na Mezquita escoitan os fregueses a santa misa», jugando con toponimias, templos y ritos.


Estando absorto en la amena lectura del preciado códice —que se guarda celoso en los anaqueles de la taberna de Chinitas— y, atenazado por el irreal discurrir de esta evidencia en la que golosos seres husmean con saña porcina toda suerte de exquisitos manjares, extrañas tierras y ricos mares, me dije, año de trufas, año de cerdos. Cerdos que procuran trufas para sus amos. Trufas que excitan a los cerdos. Cerdos excitados que las buscan «alén» del Padornelo, para llenar los bolsillos de «recolectores» y «restauradores» y hacer las delicias de voraces «comensales», que, ironías de la vida, en este caso, no son capaces, como en el caso del insigne cerdo, de dar de comer a sus pueblos.

Humildes trufas e insignes cerdos

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