Mientras escribo –víspera de la fiesta de los Reyes– y para entrar en situación suena de fondo la melodía “Que canten los niños” interpretada por José Luis Perales, acompañado por un coro infantil. La canción es como un himno universal que invita a pensar sobre el derecho de los pequeños a ser depositarios de alegría y de sueños en un mundo marcado por tantos conflictos y marginaciones.
Cuando Perales creó esta composición en 1986 el mundo vivía tensiones sociales y políticas que impactaban a los sectores y personas más vulnerables, especialmente en los niños, y hoy su mensaje sigue vigente, porque millones de pequeños “que sufren dolor” aún viven en situaciones de guerra, de pobreza, son víctimas de abusos, de explotación y de exclusión social. La canción sensibiliza e invita a la acción, al escucharla se siente la llamada a construir un entorno donde la alegría y los sueños infantiles no sean un privilegio, sino un derecho.
“Que canten los niños” sintetiza la aspiración universal de construir un mundo más equitativo, justo y empático y toda la canción expresa los deseos de un mundo mejor que recoja la importancia de la inocencia y la bondad para transformar las adversidades en oportunidades para que los niños vivan rodeados de amor y de cariño.
El Día de Reyes cargado de simbolismo encuentra en esta canción una resonancia especial. Los Magos representan la generosidad y la atención a los más pequeños y nos recuerdan que todos los niños, independientemente de su origen y circunstancias, merece todo el cariño, merecen vivir alegres y gozar de su derecho fundamental, el derecho a ser niños. Es este el día de la magia de los sueños cumplidos y debe recordar también a los mayores que el mejor regalo para la infancia no está en lo que reciben en un día especial, sino en el cariño que se les brinde a diario.
“Que canten los niños” trasciende el ámbito musical para convertirse en una declaración de principios y cobra aún más sentido como un recordatorio de que la felicidad de los pequeños debe ser la prioridad de la sociedad. Es una llamada a unir esfuerzos para hacer realidad el mundo ideal que ellos merecen y que José Luis Perales plasma con tanta ternura en esta obra inmortal.
En este contexto festivo ver a los niños abriendo sus regalos de Reyes en uno de los momentos más mágicos y conmovedores del final del ciclo navideño que hace realidad sus ilusiones de una larga noche esperando a Sus Majestades. Ser testigos de esa felicidad es un regalo en sí mismo. Nos devuelve a nuestra propia infancia, al tiempo en el que creíamos que todo era posible, y nos invita a reconectar con esa parte de nosotros que tantas veces queda relegada por la realidad prosaica.
En días como hoy es obligado que los mayores nos dejemos contagiar por la ardiente vitalidad de la población infantil y juvenil.