Para continuar con el guion del buen estado de ánimo que caracterizó las fiestas navideñas, me atrevo a formular en este comentario dos deseos nobles y necesarios para el año nuevo que está comenzando.
El primero enlaza con la petición de los presidentes autonómicos en sus mensajes de fin de año que exigían una política útil frente a la bronca y a la crispación delirantes. Los mandatarios pidieron abandonar el frentismo instalado en el Gobierno y en la oposición, en los medios de comunicación, en las mismas instituciones y también en algunos sectores de la sociedad.
La polarización, esa pulsión de considerar al otro como enemigo, no como portadores de otros puntos de vista, es la característica de la España de ahora. “Llevados por un pesimismo antropológico se podría pensar que las dos Españas siguen enfrentadas a cara de perro bajo el signo de Caín. Y no es cierto”, escribió Manuel Vicent. El odio que exudan algunos políticos, añade el escritor valenciano, no está en la calle. De modo que ojalá que en el año 2025 políticos y ciudadanos templemos el ánimo y seamos más comprensivos con quienes discrepan de nosotros.
Mucho sosiego para todos, pedía un internauta. Que a los que mandan, añadía, no se les siga yendo la olla porque los ciudadanos, de derechas y de izquierdas, tenemos derecho a la tranquilidad”. Serenidad en el debate público, pedía el Rey en Nochebuena, como paso previo al consenso para abordar los grandes problemas del país.
Puestos a ser ambiciosos, ahí va el segundo deseo: que 2025 sea el año de la regeneración democrática, tantas veces prometida y siempre relegada. Se trata de recuperar la trasparencia y erradicar la corrupción que cerca al Gobierno, al partido que lo sustenta y a instituciones del Estado, como la Fiscalía.
Tranquiliza saber que están trabajando en ello la prensa, el ojo vigilante de la sociedad como contrapeso del poder; la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil (UCO) con sus técnicas avanzadas para investigaciones complejas; y la Justicia, el árbitro final encargado de determinar culpabilidades e impartir sentencia. La capacidad y colaboración coordinada y respetuosa entre estos tres actores fortalece esa lucha contra el cáncer de la democracia que hay que eliminar antes de que acabe con la democracia misma. Más que un deseo para 2025, es una esperanza.
Pedir la vuelta al sosiego político y el fin de la corrupción son dos peticiones razonables. Pero un ciudadano bien informado sabe que el año nuevo recibe como herencia costumbres perversas. Como esa que indica que comportamientos deleznables evidentes ya no abochornan en los aledaños del poder, se comprenden y hasta se justifican.
Por tanto, pensar que en el año nuevo serán realidad los dos deseos formulados es una utopía tantástica, algo así como esperar peras del olmo. Pero por soñar que no quede.